Nada es más grande que la noche
El silencio desborda
Los más íntimos secretos
De una absorbida vida
Se escapan entre sueños
Que han quedado en el olvido,
Ocultos, tan negros como la noche
Se escaparon, ya nunca volverán.
Añoranza perpetúa
Es lo único que espera
Al otro lado de la noche;
El día.
Pasan por los ojos
Como desfiles de carrozas
Metas atrasadas
Soslayo de vida
Algo se revuelve a tu lado
Los ojos se cierran
Fingiendo el sutil sueño
Que hace días no existe
El espejo; amigo sincero,
Descubre tus ojos cansados
Las líneas de expresión marcadas
Tú agarras tu maleta y enfrentas;
El otro lado de la Noche.
con sus cuencas vacías. Los pájaros pueden alojar la delgadez
de la violencia entre patas y picos. La guerra fría
tiene su mano azul y mata.
La niñez, aquella de los cuidados cabellos de vidrio,
no la hemos conocido. Nosotros nunca hemos sido niños.
El horror
asumió su papel de padre frío. Conocemos su rostro
línea por línea,
gesto por gesto, cólera por cólera. Y aunque desde las colinas admiramos el mar
tendido en la maleza, adolescente le blanco oleaje,
nuestra niñez se destrozó en la trampa
que prepararon nuestros mayores.
Hace ya muchos años
la alegría
se quebró el pie derecho y un hombro,
y posiblemente ya no se levante, la pobre.
Mirad.
Miradla cuidadosamente.
Desde niña estuve interesada en el mundo de la literatura, en la pequeña ciudad donde crecí se hablaba con frecuencia de este gran poeta «Roberto Sosa» quien era originario de mi querido pueblo Yoro, Yoro. Cuando pasaba frente a su casa familiar imaginaba su vida de infante. Mi abuela frecuentaba a su hermana que vivía en la casa familia de los Sosa y yo con curiosidad evaluaba cada rincón de aquella casa. No me era permitido meterme en conversaciones de adultos, así que sentada en un rincón mientras mi abuela hacía su visita esperaba ansiosa que saliera a relucir el tema del gran poeta quien en 1990 el gobierno de Francia le otorgó el grado de Caballero en la Orden de las Artes y las Letras.
En la adolescencia me atreví a hacer su bibliografía, así que decidí presentarme a la casa de él y hablar con su hermana. Roberto Sosa ya vivía en la ciudad capital de Honduras «Tegucigalpa» con cuaderno y lápiz en mano hice toda clase de preguntas, todas las que tenía pendientes, su hermana una mujer humilde y colaboradora satisfizo todas mis dudas.
Mi poema favorito de él es «Los pobres» que ya he publicado con anterioridad.
Quisiera darte un fragmento de mi vida
de esos pequeños que no conoces.
Quisiera arrancarme un pedazo de infancia
envolverlo en esperanzas.
Hay tormentas que me siguen
No llueve en nuestro hogar
no hay nubarrones grises.
Quisiera regalarte mis pensamientos,
fugaces, mudos y sin vida.
Ya no hay nada que esconder
y mucho que decir...
Te regalo un pasado que no puedo colorear.
Te brindo mis sueños de adolescente,
que florecían día a día como una flor en abril.
Te doy un pedazo de mi mundo,
arcoiris y sombras.
Te brindo con humildad lo desconocido;
el futuro con pinceles, tintura de colores.
Elia Santos
2020
El regalo
Quisiera regalarte un pedazo de mi falda,
hoy florecida como la primavera.
Un relámpago de color que detuviera tus ojos en mi talle
- brazo de mar de olas inasibles-
la ebriedad de mis pies frutales con sus pasos sin tiempo.
La raíz de mi tobillo con su eterno verdor,
el testimonio de una mirada que te dejará en el espejo
como arquetipo de lo eterno.
La voluble belleza de mi rostro,
tan cerca de morir a cada instante a fuerza de vivir apresurada.
La sombra de mi errante cuerpo
detenida en la propia esquina de tu casa.
El abejeante sueño de mis pupilas
cuando resbalan hasta tu frente.
La hermosura de mi cara
en una doncellez de celajes.
La ribera de mi aniñada voz con tu sombra de increíble tamaño,
y el ileso lenguaje que no maltrata la palabra.
Mi alborozo de niña que vive el desabrigo
para que tú la cubras con la armadura de tu pecho.
O con la mano aérea del que va de viaje
porque su sangre submarina jamás se detiene.
La fiebre de mis noches con duendes y fantasmas
y la virginal lluvia del río más oculto.
Que a nivel del aire, de la tierra y el fuego,
el vientre como abanico despliega.
La espalda donde bordas tus manos hinchadas de oleaje, de nubes y de dicha.
La pasión con que desgarras en el lecho
del mismo torrente inabarcable
como si el mismo corazón se te hiciera líquido
y escapara de tu boca como un mar sediento.
El manojo de mis pies despiertos andando sobre el césped.
Como si trémulos esperaran la inexpresada cita
donde sólo por el silencio quedaron las cadenas rotas.
Y en tus dedos apresado el apremio de la vida
que en libertad dejó tu sangre,
aunque con su cascada, con su racha,
los árboles del deshielo,
algo de ti mismo destrozaran.
La cabellera que brota del aire
en líquidas miniaturas irrompibles
para que tus manos indemnes hagan nido
como en el sexo mismo de una rosa estremecida.
La entraña donde te sumerges
como buscando estrellas enterradas
o el sabor a polvo que hará fértiles nuestros huesos.
La boca que te muerde como si paladeara ríos de aromas;
o hincándose los dientes matizara la vida con la muerte.
El tálamo en que mides mi cintura en suave supervivencia intransitiva,
en viaje por la espuma difundido o por la sangre encendida humanizado
el mundo en que vivo estremecida de gestaciones inagotables.
El minuto que me unge de auroras o de iridiscencias indescriptibles.
Como si a ritmo de tu efluvio soberano
salvarás el instante de miel inadvertida;
O dejaras en el mágico horizonte de luces apagadas
el tiempo desmedido y remedido.
En que apresados quedaran los sentidos y al fin ya sin idioma,
desnudos totalmente.
Como si ensayando el vuelo se quemaran las alas o
por tener cicatrices se extenuaran los brazos.
La piel que me viste, me contiene y resuma,
la que ata y desata mis ramajes.
La que te abre la blanca residencia de mi cuerpo
y te entrega su más íntimo secreto.
Mi vena, llaga viva, casi quemadura, huella del fuego que me devora.
El nombre con que te llamo para que seas el bienvenido.
El rostro que nace con la aurora y se custodia de ángeles en la noche.
El pecho con que suspiro, el latido, el tic-tac entrañable que ilumina tu llegada.
La sábana que te envuelve en tus horas de vigilia y te deja cautivo en él,
duerme, sueño del amor.
Árbol de mi esqueleto hasta con sus mínimas bisagras.
El recinto sombrío de mis fémures extendidos.
La morada de mi cráneo, desgarrado lamento,
pequeña molécula de carne jamás humillada.
El orgullo sostenido de mis huesos al que hasta con las uñas me aferro.
Mi canto perenne y obstinado
que en morada de lucha y esperanza defiendo.
La intemporal casa que mi polvo amoroso te va ofreciendo.
El nivel del quebranto o la herida que conmigo pudo haber terminado.
El llanto que me ha lavado y que este pequeño cuerpo ha trascendido.
Mi sombra tendida a merced de tu recuerdo.
La aguja imantada con su impensable polen y sus rojas brasas.
Mi gris existencia con su primera mortaja
Mi muerte con su pequeña eternidad.